‘El cielo de los animales’: el hechizo de las historias escuetas (y raras)

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
Cuando el cineasta Robert Altman adaptó en Short Cuts la obra de Raymond Carver, explicó que su principal atracción hacia el escritor, genio de lo breve, era su talento para convertir lo prosaico en poesía. Los cuentos creen en la fuerza del instante, en los pequeños misterios que se agazapan tras la realidad más insustancial. El cielo de los animales, primer libro del escritor David J. Poissant, entronca con la robusta tradición del cuento estadounidense —y en especial, con Carver— desde una mirada esencialmente sureña, algo que quizá explique la atracción hacia su imaginario del director sevillano Santiago Amodeo, que ha adaptado los relatos de Poissant sobre la muerte y la pérdida con una sugestiva mezcla de melancolía, humor y extrañeza.
Amodeo sitúa El cielo de los animales en lugares anodinos y periféricos de un sur entendido más como espacio mental que como un territorio real. Bajo el subtítulo “Relatos sobre la pérdida”, el director de las singulares Astronautas (2003) y Cabeza de perro (2006) adapta una serie de relatos que hace suyos a través de cuatro episodios que ocurren en ese lugar fronterizo en el que la vida ve llegar a la muerte.
La nadadora, El fin de Darío, El hombre lagarto y Cómo ayudar a morir a un ser querido convocan a una serie de personajes tocados por la melancolía de lo que se acaba, un sentimiento al que contribuye que El cielo de los animales esté rodada en película y no en digital. Amodeo crea así una atmósfera onírica en la que una joven sin brazo surca una piscina como una sirena o la primitiva presencia de un cocodrilo (de los que abundan en Florida) también tiene sentido en las marismas del Guadalquivir.

La nadadora y Cómo ayudar a morir a un ser querido abren y cierran el conjunto con una doble historia que repite personajes. Es la más lograda y transparente, con dos seres solitarios interpretados por Raúl Arévalo y Paula Díaz. El primer relato se detiene en su encuentro; el segundo, en su despedida. En ambos, Arévalo y Díaz cautivan con su manera de transmitir con lo mínimo su desamparo. Entre una y otra, Amodeo sitúa los otros dos relatos, que apelan de manera más directa a los animales del título. Si una picadura de serpiente determina la vida amputada de La nadadora, en El fin de Darío la amenaza, de tintes apocalípticos, llega de una colmena de abejas. En El hombre lagarto es un cocodrilo en cautiverio el que encierra otro tipo de amenaza, la de los lazos familiares mal resueltos o rotos.
En todas ellas, el asunto de fondo es el duelo, o el miedo a la muerte, pero también las huellas de una sociedad averiada sin remedio, telón de fondo recurrente en el universo de un director en cuya anterior película, Las gentiles (2021), hizo una incursión en el nihilismo adolescente. Como entonces, Amodeo regresa a su senda más personal e interesante, ese lugar en el que lo extraño y breve aspiran a revelar algo más.
Dirección: Santi Amodeo.
Intérpretes: Raúl Arévalo, Paula Díaz, Manolo Solo, Jesús Carroza, África de la Cruz, Claudio Portalo.
Género: drama. España 2025.
Duración: 84 minutos.
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Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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