La revolución que lo cambió todo en Portugal y la novela de Hugo Gonçalves que lo cuenta

En Revolución, la novela de Hugo Gonçalves (Sintra, 49 años) que Libros del Asteroide acaba de publicar en español con traducción de Rita da Costa, está toda la magia, la fragilidad y el caos del Portugal que pasó de la dictadura a la democracia. Los días que parecían años porque entre una hora y la siguiente algo importante había ocurrido. Entonces el FOMO (Miedo a perderse algo) habría matado a medio país de ansiedad. Es una narración clásica que cuenta la historia de una saga familiar de destinos dispares, una elección que le permite mostrar todos los caminos abiertos aquellos días, desde la extrema derecha que colocaba bombas en sindicatos y sedes comunistas a la extrema izquierda que asaltaba bancos para financiar la extinción del capitalismo.
Es uno de esos libros que agarra por el mentón y obliga a leer del tirón. En Portugal fue distinguido en 2024 con el premio Fernando Namora, que antes recibieron obras de Lídia Jorge, António Lobo Antunes, Teolinda Gersão o José Eduardo Agualusa. Acompañado de una banda sonora, que va desgranando uno de los protagonistas como parte de su flujo mental, tiene destellos radiantes (“Sonreía como quien toma una curva tirando del freno de mano”) y humorísticos como la denominación elegida para Salazar, el hombre que fundó la dictadura del Estado Novo, como el dictador-espátula.
“Salazar era muy tacaño. ¿Sabes que tenía un gallinero en el palacio de São Bento? De ahí que la gente llamase salazar a la espátula, el utensilio que se emplea para rascar las sartenes”, comenta jocoso durante una charla en un café de la Fundación Gulbenkian, en Lisboa.
En realidad Gonçalves llegó a la revolución mientras perseguía una familia. “Llevaba tiempo queriendo escribir sobre ese núcleo donde todo comienza, nuestro carácter y nuestros traumas, y sobre esa contradicción de ser la familia un lugar de gran proximidad y al mismo tiempo de mucha incomprensión, no hay ninguna sin cisma. Escribiendo la novela entendí que la familia es un ser vivo en constante evolución y el país también estaba en plena metamorfosis”.
En muchas casas, la revolución portuguesa, que empezó llena de símbolos románticos y fue haciéndose cada vez más violenta hasta concluir el 25 de noviembre de 1975, centrifugó las fuerzas disgregadoras que tal vez ya aflorasen cada Nochebuena. Un escenario ideal para desarrollar las vidas de los hermanos Storm, la saga que gestiona un hotel en Cascais y que acaba engullida por la historia. “Todo durante la revolución era hiperbólico, caricaturesco”, subraya el escritor, que considera que ningún hecho histórico transformó la sociedad portuguesa como el 25 de abril de 1974, cuando comenzó la Revolución de los Claveles.
Maria Luisa, Frederico y Pureza, los tres hermanos Storm, son rehenes de su tiempo histórico, marcado tanto por los alineamientos radicales como por la búsqueda de placeres que han dejado de ser prohibidos. A la mesa familiar de Cascais se sentaban la militante comunista torturada, el hedonista perpetuo que la noche de la libertad sueña con perder la virginidad y escuchar en directo a Miles Davis o la hija tradicional inmersa en la violencia de ultraderecha de su marido, miembro de una familia de latifundistas alentejanos. Ese marasmo era el Portugal de 1974. “Cada uno de los hermanos, cada uno a su manera, están descubriendo qué significa ser libre”, afirma.

El libro comienza en los años finales de una dictadura que duró cerca de medio siglo. “El régimen había generado una perversión por la que los oprimidos se mostraban agradecidos a los opresores”, escribe Gonçalves. En la década que siguió hasta la normalización democrática se sucedieron acontecimientos excepcionales y emergieron personajes insólitos, que también se recogen en la novela. “Hay pocos libros sobre la época a pesar del manantial, me sentía casi como el explorador que llega al medio de la selva y encuentra la civilización perdida”, compara.
Parte del desafío era descartar. Ocurrían demasiadas cosas. “La gente se despertaba de noche para escuchar las noticias de la una y de las cuatro porque en ese tiempo algo había cambiado”, recuerda el escritor, que vadeó también “la pornografía de la violencia” en escenas de cárcel. El secreto fue trivializar a los torturadores, sumergirlos en algo tan cotidiano como un almuerzo y una conversación donde se ponen al día sobre las vidas de sus familias. “Las dictaduras no son películas de James Bond con villanos y superhéroes, existe la banalidad del mal y un amplio colaboracionismo. El éxito de las dictaduras no es tanto por el terror, sino porque mucha gente cree que es menos doloroso colaborar que resistir”, señala.
La publicación de la novela ha coincidido en Portugal con una tensión en la convivencia política sin parangón desde hace medio siglo y que emerge de la mano del auge del populismo radical. Ocurre también en otros países, pero los portugueses han tardado más en digerirlo porque se sentían inmunizados contra el avance de la ultraderecha por tener aún fresco el repudio hacia la dictadura. Un mito pagano que se derrumbó en 2019, con la entrada en el Parlamento de Chega, que ahora es ya la segunda fuerza. “Existe ese paralelismo de la novela con el presente, donde los extremos hacen ruido y parecen secuestrar el espacio público de debate, aunque lo que estaba en juego entonces era mayor que ahora. Hace medio siglo Portugal era un país analfabeto, poco politizado, que construyó una democracia desde la nada. Era un reto grandioso, lo que está en juego hoy no es la democracia, aunque se están desgastando cosas como la empatía o el civismo”. El escritor, además, alerta sobre fallos de la democracia para la vida de las personas. “La democracia implica el desarrollo de condiciones para que seamos libres. Un niño sin acceso a la educación o un mayor con una pensión de miseria nunca serán libres”, lamenta.
Guionista de Rabo de peixe, la primera serie portuguesa financiada por Netflix, Gonçalves ve natural combinar la literatura y lo audiovisual. Creció ante un televisor, así que es un medio familiar y hacer guiones es también una buena manera de pagar facturas. “La escritura para mí es un oficio, yo tengo una visión muy obrera del escritor, no tiene nada de glamuroso, es incluso tedioso. Sería un desperdicio no usar ese oficio para probar diferentes cosas”, reflexiona Gonçalvez, que se despidió del periodismo hace una década.
Más de medio siglo después de los hechos, el escritor cree que aporta una memoria de lo ocurrido. “No viví el 25 de abril, no tengo el prejuicio ideológico, sin embargo, tengo el beneficio de haber crecido con una mitología que impregnó mi infancia. Para mí el 25 de abril no es de izquierda ni de derechas, es un golpe militar que provoca la caída de una dictadura de 48 años y que es inmediatamente abrazado por el pueblo. La gente salió a la calle cuando aún no sabían si la revolución iba a ganar o no, se arriesgaron”.
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