Camiseta blanca con sangre de Sudán

Kwaku, un anciano a las afueras de Accra, me dijo aquellas sabias palabras entre susurros, pero entonces no sabía que hablaban del Real Madrid, el mundo del fútbol y Sudán. Es uno de los refranes más antiguos de los akan: “El tambor que suena más fuerte está vacío por dentro”. Los akan son un pueblo orgulloso de Ghana de sabiduría singular. Es de esos pueblos con demasiados siglos de historia sobre los hombros como para comprar el cinismo sin rechistar. Son diferentes. Herederos del histórico imperio Ashanti y con una organización matrilineal, donde el linaje se transmite por la madre, tienen una relación simbólica con el oro, fuente de pureza y poder. Su riqueza cultural se refleja en conversaciones salpicadas constantemente de refranes.
Esta semana, el horror más despiadado me trajo a la mente aquellas palabras del anciano akan. La caída en Sudán el domingo pasado de la ciudad de El Fasher, capital de Darfur norte, a manos de la milicia paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido, generó incontables atrocidades cuando los rebeldes salieron a la caza de civiles, casa por casa, o persiguiéndolos campo a través con sus vehículos o camellos. Niños, ancianos y mujeres fueron asesinados, torturados o violados sin misericordia. Incluso ejecutaron a sangre fría a los 460 enfermos del principal hospital. Las miradas para detener una barbarie con aroma de genocidio se han dirigido hacia Emiratos Árabes Unidos. Lógico: hay cientos de evidencias de que el país del Golfo, a cambio de recibir oro sudanés clandestinamente, envía armas a las FAR a través de Libia o Chad. El oro blanco de Dubái está manchado de sangre sudanesa.
Hace unos meses, el acuerdo de patrocinio del FC Barcelona con el Congo levantó, con razón, un alud de críticas desde dentro y fuera del entorno culé por un vínculo obsceno con un país en guerra, donde dos tercios de su población viven en la pobreza, y se tildó el acuerdo de blanqueamiento deportivo, una estrategia por la que algunos gobiernos que no respetan los derechos humanos limpian su imagen internacional a través del deporte. A menudo se utilizan empresas pantalla como fundaciones o aerolíneas para disimular que la publicidad es a todo un país.
Aquellos gritos indignados sobre el Barça y el Congo se han transformado en un silencio incómodo esta semana, a medida que aparecían vídeos, grabados por los propios asesinos, de las matanzas en Sudán.
Desde hace años, Emiratos, a través de su aerolínea nacional como parapeto, patrocina eventos deportivos globales y a algunos de los equipos de fútbol más fuertes del mundo como el Arsenal, Milan, Benfica o la estrella de la corona: el Real Madrid.
Ganar está bien, pero jugar con la camiseta manchada de sangre quizás debería indignarnos un poco más a todos.
Para estar un poco menos vacíos por dentro.
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