La gran pregunta es qué Irán tendremos ahora

La guerra de 12 días que enfrentó a Irán con dos potencias nucleares, Israel y Estados Unidos, es uno de esos conflictos que permiten a todas las partes declarar la victoria. En el caso de la República Islámica, esa declaración se produjo rápidamente y se centró en el hecho de que el régimen sigue en pie. A pesar de las grandes pérdidas y los daños generalizados, no hubo colapso, ni revuelta ni cambio de régimen.
Para muchos iraníes, especialmente entre la oposición en el extranjero –desde el príncipe heredero exiliado, Reza Pahlavi, hasta el antiguo grupo armado Mojahedin-e-Khalq–, la magnitud de la ofensiva sugería la intención de derrocar al Gobierno. Pero una revuelta era improbable, teniendo en cuenta quiénes la pedían. La clase media urbana, columna vertebral de la vida cívica y profesional de Irán, no iba a levantarse en nombre de las dos potencias extranjeras más asociadas con décadas de coacción y violencia en la región.

La gran pregunta es qué Irán tendremos ahora Foto:iStock
Por lo tanto, que los iraníes de a pie hayan ‘ganado’ o no dependerá de lo que suceda a continuación: más concretamente, de cómo responda el Gobierno, con qué rapidez pueda reconstruir la infraestructura civil y si ofrece concesiones a una clase media que se unió en torno a la bandera ante una brutal campaña de bombardeos.
Señales importantesAlgunos cambios ya se estaban produciendo mucho antes de que Israel atacara. Desde mediados de 2023, la República Islámica ha mostrado signos de un cambio estratégico hacia el interior. No entró directamente en la contienda tras el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, ni en respuesta a la presión ejercida sobre sus aliados en el Líbano y Siria.
Debido a las protestas masivas de 2022, tras la muerte de una joven, Mahsa Amini, bajo custodia policial, el régimen restringió la aplicación en la calle del código de vestimenta no escrito. Cuando visité Teherán y algunas ciudades más pequeñas el pasado mes de abril, me llamó la atención lo mucho que había cambiado el panorama urbano. Muchas mujeres (aunque no la mayoría) salían con el pelo descubierto y se mezclaban libremente con los jóvenes en las cafeterías que han proliferado en las ciudades iraníes.
Luego llegó la sorprendente elección de Masoud Pezeshkian como presidente en junio de 2024. Pezeshkian, una figura más reformista, sucedió al conservador Ebrahim Raisi, que había hecho de la aplicación del hiyab una prioridad y había reprimido violentamente las protestas (Raisi murió en un accidente de helicóptero el mes anterior). Por el contrario, cuando se aprobó una nueva ley sobre el hiyab, Pezeshkian se negó a aplicarla, lo que permitió que se impusiera una nueva norma social.

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Además, la economía iraní no es tan débil como suelen sugerir los medios de comunicación extranjeros. Los datos no pintan un panorama optimista, pero tampoco apuntan a un colapso inminente. A pesar de las draconianas sanciones impuestas por Estados Unidos en 2018 (después de que Donald Trump abandonara el acuerdo nuclear de 2015), la economía se ha ido recuperando lentamente. En 2024, el PIB había superado su máximo de 2018 y el crecimiento medio era de alrededor del 3 % anual, gracias a las exportaciones de petróleo que se beneficiaron de la laxitud de la administración Biden en la aplicación de las sanciones. Además, los datos de las encuestas muestran un aumento del gasto real (ajustado a la inflación) per cápita en los últimos años.
Los nombramientos de Pezeshkian, entre los que se incluyen un ministro de Bienestar y Trabajo progresista y un joven ministro de Economía formado en Chicago, señalaron un giro hacia una mejor gestión económica. A nivel interno, se ha producido un importante debate sobre si Irán puede alcanzar el objetivo de crecimiento del 8 % que figura habitualmente en los presupuestos anuales y los planes quinquenales. El consenso entre los economistas era que “no, sin el alivio de las sanciones”, lo que a su vez requeriría diplomacia, no misiles.
Aun así, es probable que las reformas económicas del Gobierno de Pezeshkian –entre ellas, la restauración de un innovador programa de transferencia de efectivo de 2010– reforzaran la voluntad de la clase media urbana de apoyar al Gobierno frente a los ataques aéreos israelíes.
Prioridades clarasLa respuesta bastante mesurada de Irán al ataque estadounidense contra sus instalaciones nucleares muestra cuáles son las prioridades de sus líderes. Consideran que la reanudación del conflicto es una distracción de su misión de desarrollo, establecida originalmente en el Plan de Visión a Veinte Años de 2005 para situar a Irán entre las principales economías de la región en 2025.
La pregunta inmediata es si la reciente guerra empujará a Irán hacia una mayor militarización y un papel más amplio del Estado en la economía, o hacia una mayor libertad para la sociedad civil y el sector privado. Muchos recordarán cómo la sangrienta guerra de ocho años con Irak en la década de 1980 condujo a un racionamiento arraigado, una planificación centralizada y el dominio de las instituciones vinculadas al Estado. Se necesitaron casi dos décadas de reformas para reintroducir los principios del mercado y reactivar el sector privado.
Irán puede estar hoy en mejor posición, porque la guerra fue de alcance limitado y el sector privado y las instituciones de mercado están más firmemente establecidos. Al igual que la guerra entre Irán e Irak condujo a grandes inversiones en desarrollo que reconocieron la contribución de las comunidades rurales, esta puede catalizar un gesto similar de reconocimiento para la clase media urbana. Si es así, eso contribuiría en gran medida a lograr el tipo de consenso social que busca Pezeshkian.
Hace dos décadas, en Irán se bromeaba diciendo que la República Islámica tenía una estrategia coherente con respecto a Corea, salvo que a veces se parecía al Norte y otras al Sur. Ahora Irán se enfrenta a una elección similar. El modelo norcoreano puede parecer atractivo para algunos, con su disuasión nuclear, la represión de la disidencia y el cierre de las fronteras. Pero la mayoría de los observadores familiarizados con la cultura, la religión, la historia y el temperamento de Irán no considerarían esto una opción viable, incluso después de una guerra que ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Irán en ausencia de armas nucleares.

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Sin duda, habrá tensiones entre la reconstrucción del ejército y la atención a las necesidades civiles, desde el refuerzo del suministro de agua hasta la distribución de gasolina y el empleo juvenil. Afortunadamente, a diferencia del rearme militar, la reconstrucción económica puede avanzarse mediante políticas de amplio alcance que atraigan la participación del sector privado y reduzcan la compensación presupuestaria entre defensa y desarrollo.
Suponiendo que se mantenga el alto el fuego, la verdadera cuestión no será quién ganó o perdió. Será si Irán aprovecha la pausa para redoblar su apuesta por el desarrollo económico o si el trauma de la guerra provocará un endurecimiento ideológico. La opción favorable al desarrollo puede verse limitada por la naturaleza del régimen, pero la alternativa –una postura permanente de guerra– es insostenible desde el punto de vista económico y social.
(*) Profesor de Economía en Virginia Tech, es investigador del Foro de Investigación Económica de El Cairo y miembro de la Iniciativa para Oriente Medio del Centro Belfer de la Escuela Kennedy de Harvard.
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