Esperpento español

A la luz del cúmulo creciente de escándalos que cercan al Gobierno y que vamos conociendo día a día, a cada cual más grotesco y repugnante, tertulianos televisivos, columnistas de prensa y políticos de todo el espectro ideológico recurren a un término especialmente gráfico: esperpento. El momento álgido en el uso de la expresión y de su derivado adjetival, esperpéntico, ha sido sin duda el caso de Leire Díaz, la presunta muñidora de las cloacas gubernamentales sanchista-cerdanescas. Esta activa (ex)militante socialista, al servicio del secretario de Organización hoy encarcelado, se dio un curioso baño de 'flashes' para justificar lo injustificable, un contubernio delictivo corroborado por pruebas irrefutables en forma de audios que todos hemos podido escuchar. Ante una audiencia atónita, la responsable suspecta de una fontanería extrajudicial y parapolicial subterránea disfrutaba sin disimulo sus momentos de gloria mediática alardeando de una sinceridad que los hechos contradicen y mostrando al mundo una personalidad tan narcisista como chulesca.
Este neologismo que tiene apenas un siglo de existencia es creación del escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán, quien usó el término para designar un nuevo género dramático de su invención. Lo curioso es que Valle utiliza el esperpento para fustigar la situación política de su tiempo, no tan diferente a la coyuntura actual, pues sus críticas van dirigidas a la sociedad y a los malos gobernantes de los estertores del régimen de la Restauración, con un paralelismo evidente con los momentos agónicos que atraviesa el socialismo sanchista.
Ya he recordado en esta misma tribuna, la Tercera de ABC, la vigencia del esperpento fundacional, 'Luces de bohemia' (1920). Allí pone el dramaturgo de Villanueva de Arosa en boca de uno de sus personajes una afirmación particularmente incisiva: «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza», sentencia que nos trae a la mente los nombres de Ábalos, Koldo o Cerdán, investigados por corrupción, sinvergüenzas de libro, que fueron premiados por Pedro Sánchez con los cargos más relevantes del gobierno y del partido socialista, lo que les permitió enriquecerse cobrando suculentas mordidas. En otra escena de la trascendental pieza, un preso catalán complementa la idea: «En España el trabajo y la inteligencia, siempre se han visto menospreciados», afirmación que nos lleva a pensar en el bajo nivel intelectual y académico de la clase política que nos gobierna.
Por aquellos mismos años veinte del pasado siglo, don Ramón publica la 'Farsa y licencia de la Reina castiza' (1920), feroz y muy caricaturesca sátira de la Corte isabelina que ampliará posteriormente en el inacabado 'El ruedo ibérico'. Si Leire Díez iba ofreciendo a diferentes medios de comunicación un vídeo de contenido sexual que afectaba a uno de los fiscales anticorrupción para desprestigiarlo, en esta farsa esperpéntica un golfo chantajea a los miembros más prominentes de la Corte borbónica con dos cartas comprometidas, de contenido sexual, supuestamente escritas por la Reina. En un gesto que tanto recuerda a ciertas actitudes de nuestros actuales gobernantes, el Gran Preboste valleinclaniano declara amenazante: «Con un plumazo a la prensa pongo mordaza y a las Cortes doy cerrojazo». Nada nuevo bajo el sol.
Las prebendas dinerarias a los medios periodísticos progubernamentales y el consecuente castigo a los críticos o la prostitución practicada por dirigentes políticos, dos lacras que afectan al Gobierno y al partido sanchista, tienen también eco en estas clarividentes 'Luces de bohemia'. Así, don Filiberto, redactor jefe del periódico 'El Popular', se niega a publicar las protestas de los amigos de un Max Estrella vilipendiado y encarcelado por las fuerzas del orden aduciendo: «Desconozco la política del periódico con la Dirección de Seguridad». Se trata de una alusión a la práctica frecuente entonces de dar puestos ficticios en la Administración a periodistas afines, que cobraban a fin de mes sin asistir a su trabajo, como se ha hecho recientemente en empresas públicas dependientes del Ministerio de Transportes, aunque en lugar de comunicadores, las beneficiarias eran 'escorts' de lujo y amigas íntimas del muy fogoso ministro de Transportes. Una vez más, el esperpento valleinclaniano se queda corto ante la grotesca realidad que vivimos en la actualidad. De hecho, en otra escena de la obra, una jovencísima prostituida, La Lunares, se ofrece al protagonista de la pieza, quien en un gesto de dignidad ejemplar y en un tono poético admirable declina tan tentador ofrecimiento.
En clave de política nacional, don Ramón se refiere al entonces presidente del Consejo de Ministros, García Prieto, también inmerso en casos de caciquismo y de nepotismo –era yerno de Montero Ríos–, sobre quien dice que no le parece brillante ni buen orador aunque sí piensa que es honrado. Aun así, el marqués de Alhucemas, obligado por las circunstancias, tuvo el coraje de dimitir y lo hizo en más de una ocasión. Valle había hecho ya en 1892 un retrato certero de un tal Pablo Iglesias: «Con una habilidad que hace honor a su ingenio, pone una vela a la burguesía y otra al socialismo, buscando el modo de no disgustar a nadie». No, no se refiere al fundador de Podemos sino al fundador, evidentemente, del Partido Socialista Obrero Español, ese que nos resulta hoy irreconocible.
Es sorprendente la actualidad de las reflexiones del escritor gallego no solo en su obra literaria sino también en artículos, entrevistas y en las conferencias que dio en medio mundo. En 1921, por ejemplo, fue invitado a intervenir nada menos que en la academia militar norteamericana de West Point, donde habló sobre la guerra, manifestándose abiertamente belicista, aunque Valle tenía de la guerra –como de todo– una visión esencialmente esteticista. Hace en esa intervención un elogio del mariscal Foch, el militar francés que se opuso a las duras condiciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, profetizando que la paz no duraría más de dos décadas, como así ocurrió.
En 'Luces de bohemia', Valle-Inclán nos explica el sentido del esperpento: una estética teatral sistemáticamente deformada para reflejar, como en un espejo cóncavo, la miserable vida española de entonces. Aquella España era, para el gallego, eso, un esperpento, «una deformación grotesca de la civilización europea». Esta ácida denuncia de la corrupción y el desgobierno que contiene la dramaturgia esperpéntica es directamente aplicable, como ha reconocido todo el espectro ideológico del país al recurrir al neologismo valleinclaniano, a la situación política de la España de hoy, gobernada por la grotesca alianza sanchista-cerdanesca.
ABC.es